La educación para la moral cristiana forma parte de la “catequesis” en su sentido originario como formación de la vida cristiana en todas las edades y no solo para los niños. La moral cristiana tiene unas características que se deducen no solo de la ética o moral racional, sino también específicamente del anuncio de Cristo (kerygma) y del Reino de Dios a través de la misión de la Iglesia (1).
1. La educación de la fe para la vida en Cristo. Esa vida es participación de la vida misma de Dios, gracias al Espíritu Santo, que es "Espíritu de Cristo". La obra de Cristo nos cura y restituye la imagen y semejanza de Dios perdida por el pecado.
A partir del bautismo, que nos hace abandonar el “hombre viejo” y renacer en Cristo, tenemos la semilla de una vida humana plena –lo que llamamos vida de la gracia–, que tiene sus propias reglas y normas. Por eso la pila bautismal presenta a veces la forma de un útero materno: el bautismo nos hace renacer con Cristo en el seno de la Iglesia.
2. La educación de la moral cristiana destaca, por tanto, el papel del Espíritu Santo, consolador y huésped del alma, luz y origen de sus dones que elevan la naturaleza humana al orden de la gracia. Es realmente una vida nueva en Cristo por el Espíritu Santo, una vida que es participación de la vida divina, una “vida deiforme”.
Para ello el Espíritu Santo otorga sus dones (sabiduría y entendimiento, consejo y fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios) que abrazan todo nuestro ser, elevando la naturaleza al orden de la gracia. Estos dones producen los “frutos del Espíritu” (“caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5, 22-23, edición Vulgata, Catecismo de la Iglesia Católica, 1832) y las obras que corresponden a las bienaventuranzas (ver más adelante).
3. Como estamos viendo, la educación moral cristiana es educación para la vida de la gracia, y no solo para un comportamiento ético a nivel racional. El horizonte de la vida cristiana es el de la configuración con Cristo, esto es interiormente “hacerse a la forma” de Cristo. En otras palabras, la plenitud de la vida moral es la santidad, en unión con la voluntad de Dios.
Para esto el cristiano “pierde la propia vida” por Jesús, secundando la obra redentora de la Trinidad que se nos da por entero. Todo esto sucede a partir del bautismo, que nos inserta en la dinámica del Espíritu Santo: una dinámica de amor, que lleva a querer ardientemente el bien y no cualquier bien, sino el bien en la perspectiva de la vida de Cristo. La vida de la gracia se desarrolla a partir del bautismo, con los sacramentos, la oración y todo el obrar del cristiano.
4. La educación moral cristiana es también una educación sobre las Bienaventuranzas. El justo (o el santo) es feliz con la felicidad que proviene de adherirse a Dios. El verdadero discípulo es el que escoge libremente este camino de las bienaventuranzas, que son el “rostro de Cristo”. Son garantía de una felicidad “paradójica”, pues no solo ofrecen la felicidad al hombre, sino que la garantizan para los pobres de espíritu, los mansos y los afligidos, los hambrientos de justicia y los misericordiosos, los hacedores de la paz y los perseguidos por causa de Cristo (cf. Mt 5, 3-11).
5. La educación moral cristiana es una educación sobre el pecado Educación sobre el pecado y sobre el perdóny sobre el perdón. El pecado es perdición porque supone, desde el corazón del hombre, una ofensa a Dios y al prójimo, al lesionar el orden del amor. Con el pecado vienen las “obras de la carne” (cf. Ga 5, 19-21) que se oponen a los frutos del Espíritu.
Por tanto, el pecado –y todos somos pecadores– necesita de la conversión: acogerse a la misericordia de Dios para alcanzar la salvación, que viene con el perdón de los pecados y la victoria definitiva sobre las consecuencias del pecado que son el dolor y la muerte eterna.
Nadie se salva a sí mismo, por sus propios conocimientos o esfuerzos, ni tampoco puede salvarse el hombre en conjunto con otros hombres sin contar con Dios. Acoger la misericordia de Dios nos hace misericordiosos con los demás.
6. La educación moral cristiana es una educación de las virtudes y, con ellas, del discernimiento. Una educación de virtudes va más allá de una educación de valores, pero virtudes, valores y normas deben estar presentes en toda educación ética.
En las virtudes humanas o morales destaca la prudencia, virtud que hace de puente entre las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y las teologales (fe, esperanza y caridad).
La prudencia es el fundamento de la conciencia moral (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1776 y 1794). La prudencia permite el discernimiento necesario para saber tomar las opciones adecuadas en la vida. Hace conocer y practicar el bien. La persona prudente no se contenta con que el fin de su obrar sea recto: quiere que sean también rectos los medios y el modo de actuar. Por eso escoge también concretamente el tiempo y el lugar en que conviene obrar, evitando dar pasos inútiles o falsos. El prudente posee el equilibrio, característica inconfundible de madurez espiritual (2).
Las virtudes teologales capacitan al cristiano para participar, en su mismo obrar, de la vida trinitaria recibida como don. Así le es posible seguir a Cristo participando de Su propia experiencia vital (“ver” espiritualmente con sus ojos, “sentir” con su corazón, “obrar” con sus actitudes). De esta manera el cristiano puede orientar toda decisión y toda acción a la luz de Dios uno y trino. Y también así las virtudes teologales informan y vivifican las virtudes morales y todo el obrar de cristiano (3).
7. En el centro de la educación para la “vida nueva” del cristiano se sitúa “el doble mandamiento de la caridad”, desarrollado en el Decálogo de los Mandamientos. Para Jesús, el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables (cf. Mc 12, 29-31) y van unidos en “el mandamiento nuevo”. A partir de ahí, el amor ya no es solo un mandamiento, sino respuesta al amor de Dios que nos sale al encuentro. “El amor puede ser mandado porque antes es donado” (4).Más aún, para el cristiano, esa respuesta se integra en la vida de entrega de Jesús, fruto de su amor (cf. Jn 17-26).
Esto significa que la vida moral cristiana es participación del mismo amor de Jesús. Esto es la caridad, fruto del Espíritu Santo que hace posible lo que parece humanamente imposible: amar como Jesús mismo ha amado (5)
8. La educación moral cristiana es una educación para la vida eucarística y su fruto que es una vida eclesial. En la Eucaristía Jesús nos hace suyos y se convierte en nuestro alimento para el camino de la vida hasta su segunda venida y para realizar la misión misma que Él ha recibido del Padre.
Solo con la Eucaristía, centro de todos los sacramentos, somos capaces de llevar adelante lo que se ha dicho hasta ahora: vivir en Cristo por el Espíritu Santo, progresar en la vida de la gracia y en el camino de las bienaventuranzas y de las virtudes, rechazar el pecado y discernir siempre el bien en el obrar, viviendo la caridad con Dios y los demás.
Puesto que la Eucaristía se recibe de la Iglesia y da como fruto nuestro crecimiento en la vida de la Iglesia, la vida moral del cristiano no se desarrolla de modo individual sino en la “comunión de los santos” que es la Iglesia.
Al participar de la vida de Cristo en la Iglesia (su Cuerpo místico), participamos también, cada uno según su vocación concreta, sus dones y sus carismas, en la misión de la Iglesia. La Iglesia es esencialmente misionera, evangelizadora, anunciadora de Cristo y “sacramento de la unidad del género humano”. Para ello, la Iglesia camina al lado de todas las personas, especialmente de los más pobres y necesitados. Está disponible para todas sus justas exigencias o expectativas. Se preocupa por su bien, dilatando así más allá de todo límite los confines de su caridad.
Cada cristiano está llamado, personalmente y en unión con los demás cristianos, a participar de esta vida que se entrega en unión con Cristo y por la acción del Espíritu Santo. Con todo su obrar, también en medio de la vida ordinaria, el cristiano está llamado a colaborar en la edificación del misterio de la Iglesia –que es su madre, su cuerpo y su hogar, el santo pueblo de Dios y el templo del Espíritu Santo– y en su misión evangelizadora. Como dice el Documento de Aparecida todos los cristianos somos discípulos misioneros.
9. Como conclusión, en la perspectiva del Catecismo de la Iglesia Católica, la moral cristiana es “vida nueva” en Cristo, “Camino, verdad y vida” (Jn 14, 6), centro y referente primero y último de la educación de la fe.
Para la fe cristiana, la vida plena, verdadera y eterna nace y madura en relación con el “conocimiento amoroso” de Cristo (cf. Jn 17, 3), que es la finalidad de la educación de la fe.
La visión cristiana de la persona (antropología cristiana) permite comprender y vivir la realidad de que cada persona lleva en su propio ser una llamada a realizarse a sí mismo según la imagen de Cristo. Esto significa una tensión a obrar según la verdad y el bien (7) “entrando” libremente en la vida de Cristo y participando de su propia entrega.
Desde su encuentro con Cristo y su progresiva identificación con Él, cada creyente, movido por la acción constante del Espíritu Santo, puede, a través de la propia vida anunciar al mundo la buena noticia de la salvación universal, realizada por el Señor (8).
Este anuncio tiene consecuencias para las estructuras y la dinámica del mundo natural creado, que ha de ser renovado en Cristo con la colaboración de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 19-22 y Ef 5, 9).
De ahí que un cristiano tenga una especial responsabilidad en la promoción de la paz y de la justicia, en el servicio al bien común, en la cultura de la vida y en el cuidado de la Tierra (ecología). Aquí se sitúa la educación de la doctrina social de la Iglesia y más ampliamente de la moral social.
Por tanto, todo lo que se refiere a la familia y al trabajo, la economía y la política, la comunidad humana en todos sus niveles y el medio ambiente entra a formar parte de la moral cristiana no solo por razones éticas, sino también como exigencias propias de la vocación y de la misión del cristiano, llamado a la transformación de la sociedad y del mundo creado como esbozo del Reino de Dios definitivo.
El Catecismo de la Iglesia, al concluir su introducción sobre la educación moral cristiana, recoge un texto de san Juan Eudes (s. XVII) que invita, reza y ruega para que pensemos en Jesús, de modo que podamos pensar mejor en nosotros mismos; para que conozcamos el deseo de Jesús, de manera que podamos desear lo que él quiere; y así podamos decir con el apóstol: “Para mí vivir es Cristo” (Fl 1, 21).
Bibliografía
Ramiro Pellitero Iglesias
Profesor de Teología pastoral de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.
Publicado en Iglesia y nueva evangelización.