Ha prestado una atención especial a la importancia de los afectos en el examen de conciencia y en la oración. No se refiere, por tanto, al papel del acompañamiento o a la dirección espiritual, excepto en la última audiencia general; y tampoco al discernimiento en otros niveles sociales o eclesiales.
Todos necesitamos saber discernir para tomar las decisiones correctas. Es lo propio de la virtud de la prudencia, aunque este término hoy ha adquirido un sentido reductivo de cautela o precaución. Pero en sí la prudencia es “la recta razón en el obrar”, y, por tanto, también puede llevarnos a actuar sin demora y con generosidad.
Desde el punto de vista cristiano, además, el discernimiento requiere tener en cuenta nuestra condición de hijos de Dios, la amistad y el trato personal con Jesucristo, y la acción del Espíritu Santo.
El Papa animó a saber reconocer las señales con las que Dios se hace encontrar en las situaciones imprevistas, incluso desagradables; y, también, a saber percibir algo que puede hacernos empeorar en el camino, aunque se presente de modo atractivo.
En una primera parte de sus catequesis (hasta el 19 de octubre incluido) el papa Francisco señaló cuatro elementos principales de este discernimiento espiritual que podríamos llamar “individual”.
En primer lugar, la amistad o familiaridad con el Señor: hablar con Él en la oración, con cercanía y confianza, porque Él nunca nos abandona.
Segundo, el conocimiento propio, que no es fácil; porque tendemos, por una parte, a escondernos –incluso de nosotros mismos– y, por otra, nos dejamos llevar fácilmente por modas o eslóganes superficiales.
Para todo ello nos ayuda el hacer examen de conciencia. Y no se refiere el Papa aquí al examen previo a la confesión sacramental (para descubrir los pecados de los que nos hemos de acusar), sino al examen de conciencia general al final de la jornada. «Examen de conciencia general de la jornada: ¿qué ha sucedido en mi corazón en este día? Han pasado muchas cosas... ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿Qué huellas dejaron en el corazón?».
El tercer 'ingrediente' del discernimiento sería conocer cuáles y cómo son nuestros deseos, y cuidar que sean deseos grandes y operativos, porque a veces nos quedamos en las quejas (cfr. Jn 5 ,6 ss), que más bien empequeñecen o atrofian el deseo.
En cuarto lugar, nos aconseja leer o interpretar la propia historia. Si lo vamos haciendo, un poco cada día, podremos detectar tantos elementos tóxicos o pesimistas que nos frenan (no valgo nada, todo me va mal, etc.), quizá con la ayuda de alguien que nos ayude a reconocer también nuestras cualidades, las cosas buenas que Dios siembra en nosotros.
Audiencia del papa Francisco el 28 de septiembre de 2022. Fuente: Vatican News.
En una segunda parte de la catequesis (hasta el 23 de noviembre), se centró en el binomio desolación-consolación.
Primero, la desolación o tristeza espiritual. Esta tristeza no tiene por qué ser mala en sí misma. A veces es resultado de un remordimiento por haber hecho algo mal, pero otras veces es sencillamente como un “dolor del alma”, un semáforo en rojo, que nos invita a detenernos, para ver qué va mal; otras veces puede ser una tentación de desánimo, que nos envía el demonio para detenernos en el camino del bien.
En todo caso, conviene preguntarse de dónde viene esa tristeza, sin olvidar que Dios nunca nos abandona, y que con Él podemos vencer cualquier tentación como nos enseñó Jesús (cfr. Mt 3,14-15; 4, 11-11; 16, 21-23).
El Papa insiste en que a veces esa desolación puede ser buena. «De hecho –advierte–, si no hay un poco de insatisfacción, un poco de tristeza saludable, una sana capacidad de vivir la soledad y estar con nosotros mismos sin huir, corremos el riesgo de permanecer siempre en la superficie de las cosas, y no entrar nunca en contacto con el centro de nuestra existencia. Es buena una cierta 'sana inquietud' como han tenido los santos».
Y explica que la desolación nos da la posibilidad de crecer, de madurar en la capacidad de darnos a los demás con gratuidad, sin buscar nuestro propio interés o nuestro simple bienestar. Por ejemplo, en la oración puede que estemos secos o nos sintamos vacíos o tentados de abandonarla. Pero hay que aprender a estar con el Señor, mientras seguimos buscándole, quizá en medio de esa tentación, o de ese vacío que experimentamos. Pero sin dejar la oración, porque su respuesta llega siempre.
También llegan las 'consolaciones' en la vida espiritual, las alegrías. Pero hay que saber distinguir las verdaderas de las falsas consolaciones. Las primeras nos llevan a seguir buscando al Señor, agradecidos por lo que nos da. Las segundas son las que nos llevan a buscarnos a nosotros mismos, a evadirnos de nuestros deberes o a maltratar a los demás.
En la última parte de las catequesis (desde el 7 de diciembre) Francisco invitó a fijarse en la fase posterior a la toma de decisiones, para verificar si han sido adecuadas o no. Como signos de que han sido buenas decisiones, señaló: la paz interior y la alegría, la preocupación por las necesidades de los demás, el «sentirse en el propio sitio», el crecimiento en el orden, en la unidad y en la energía de nuestra vida espiritual.
Añadió la importancia de la vigilancia: no adormecerse, no acostumbrarse, no dejarse llevar por la rutina (cfr. Lc 12, 35-37). Algo necesario, para asegurar la perseverancia, la coherencia y el buen fruto de nuestras decisiones.
La razón es porque el que se vuelve demasiado seguro de sí mismo, pierde la humildad y por falta de vigilancia del corazón puede dejar entrar de nuevo al maligno (cfr. Mt 12, 44 ss). Si no se vigila, crecen las malas hierbas: el orgullo, la presunción de ser buenos, la comodidad de estar a gusto, la excesiva confianza en uno mismo… En una palabra, la falta de humildad… y se acaba perdiendo todo.
Este es el consejo: «Vigilar el corazón, porque la vigilancia es señal de sabiduría, es señal sobre todo de humildad, porque tenemos miedo de caer y la humildad es el camino maestro de la vida cristiana».
Más tarde el Papa señaló algunas ayudas para el discernimiento. Se refirió principalmente a la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia. La Palabra de Dios la encontramos en la Sagrada Escritura (sobre todo en la lectura asidua de los Evangelios) con la ayuda del Espíritu Santo.
Por eso insiste, como otras veces, Francisco: «Tomemos el Evangelio, tomemos la Biblia en la mano: cinco minutos al día, no más. Lleva un Evangelio de bolsillo, en el bolso, y cuando viajes, tómalo y lee un poco durante el día, dejando que la Palabra de Dios se acerque a tu corazón».
Aludió también, de acuerdo con la experiencia de los santos, a la importancia de contemplar la pasión del Señor y verlo en el Crucifijo; al recurso a la Virgen María; a pedir luces al Espíritu Santo (que es «el discernimiento en acción») y tratarlo con confianza, junto con el Padre y el Hijo.
En la última catequesis (cfr. Audiencia general del 4 de enero de 2023) Francisco señaló la importancia del guía espiritual y de darse a conocer para conocerse a sí mismo y caminar en la vida espiritual.
Don Ramiro Pellitero Iglesias
Profesor de Teología pastoral de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.
Publicado en “Iglesia y nueva evangelización”. Este texto (retocado el 4 de enero de 2023) es una síntesis de otro más completo, publicado en la revista "Omnes", número de enero 2023.