Aunque los seres humanos vivimos el sentimiento de dolor como una de las experiencias más comunes de la vida, siempre estamos desprevenidos ante él y continuamente nos exige aprender y adaptarnos a nuevas circunstancias. El duelo no se refiere solamente a la muerte. Es duelo es una emoción o varias emociones que experimenta el ser humano cuando vive una pérdida de cualquier tipo.
No hay “expertos” en el dolor de una pérdida; siempre tiene una dimensión de originalidad: en la forma cómo se manifiesta, en sus causas, y en las diversas reacciones que desencadena. Son muchas las veces que nos encontramos sufriendo profundamente por motivos y razones que nunca esperamos.
El Santo Padre Juan Pablo II, escribe: «El sufrimiento humano suscita compasión; suscita también respeto, y a su manera, atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico [...] el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible»
Esta experiencia humana nos mueve a buscar la ayuda de otras personas y a ofrecer, a la vez, nuestro apoyo. La experiencia de superar el duelo, nos enseña a prestar más atención a otros que sufren. La experiencia del dolor marca la diferencia entre una persona madura, que es capaz de enfrentar obstáculos y situaciones difíciles, y una persona que se deja llevar y absorber por sus propias emociones y sensaciones.
La Fe es el mejor refugio para quienes tienen que pasar por el proceso de superar el duelo de una pérdida de cualquier tipo y particularidad. La Fe nos da la fortaleza, sosiego y la serenidad necesaria para aligerar el dolor del duelo.
"La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad incluso el paso de la muerte." (Papa Francisco, Audiencia general 27 de noviembre de 2013).
La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre... No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin.
Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno. (Surco, 879)
No tengas miedo a la muerte. —Acéptala, desde ahora, generosamente..., cuando Dios quiera..., como Dios quiera..., donde Dios quiera. —No lo dudes: vendrá en el tiempo, en el lugar y del modo que más convenga..., enviada por tu Padre-Dios. —¡Bienvenida sea nuestra hermana la muerte! (Camino, 739).
¡Visión sobrenatural! ¡Calma! ¡Paz! Mira así las cosas, las personas y los sucesos..., con ojos de eternidad.
Entonces, cualquier muro que te cierre el paso —aunque, humanamente hablando, sea imponente—, en cuanto alces los ojos de veras al Cielo, ¡qué poca cosa es!, (Forja, 996).
Al elegir la Encarnación, Jesucristo quiso experimentar todo el sufrimiento humanamente posible para enseñarnos que el amor puede superar cualquier clase de dolor. Se puede superar el duelo mirando la vida de Jesús y siguiendo su huella.
El dolor es un punto de encuentro entre la alegría de la esperanza y la necesidad de la oración. Los cristianos aceptan el dolor con la esperanza de un gozo futuro. Son plenamente conscientes de sus límites y confían en la ayuda que se implora a Dios en la oración.
El sufrimiento es solo una parte del camino, un lugar de paso; no es nunca la estación final. Así, la oración se convierte en un momento importante donde el sufrimiento encuentra su sentido y, con la gracias de Dios, se convierte en alegría.
La oración es soporte fundamental en el proceso de asumir y superar una perdida. El efecto purificador de la oración se hace realidad porque, cada vez que el hombre reza, experimenta la misericordia de Dios y comparte sus preocupaciones y problemas.
Sin embargo, hay momentos en este recorrido en los que la experiencia del dolor forja la vida de un hombre. No se trata ya de una cuestión de aceptación o rechazo del dolor, sino de aprender a considerar el sufrimiento como parte de nuestra propia existencia y como parte del plan de Dios para cada uno de nosotros.
El duelo por la pérdida de un ser querido es algo natural e inevitable. Sin embargo, superarlo no es sencillo y, en ocasiones, por distintos motivos, hay quienes se quedan estancados en ese dolor. Por este motivo, son muchas las Fundaciones Católicas que ofrecen apoyo, organizan grupos de acompañamiento para volver a vivir después de la muerte de un ser querido y superar su perdida
Para poder enfrentarse al dolor del duelo, hay que ser consciente de la importancia del acompañamiento espiritual en esos momentos difíciles. No hay una receta única para todos los casos, sus particularidades hacen cada caso único y particular.
Dicen que, “el dolor procede del cuerpo y el sufrimiento, del alma”, pero precisa que ayudar a que los acompañantes estén serenos y “en paz con Dios”, ya que, de esa manera, “se transmite esa serenidad”. Algo que, posteriormente, facilitará que el duelo sea, de algún modo, más sencillo.
Cuando se habla de personas en el proceso de superar el duelo, los sacerdotes subrayan una palabra: esperanza. La esperanza los ayuda a volver a situarse en términos espirituales, a volver a encontrar su lugar, también en la práctica religiosa, que quizás han abandonado. Hay que hacerles ver que Dios no les ha mandado el dolor que viven sino que les ama.
Por eso, el Papa Francisco no anima, "no dejéis de hablar con Nuestro Señor y con su Madre, la Santísima Virgen. Ella siempre nos ayuda".
Bibliografía:
Catecismo de la iglesia Católica.
OpusDei.org