El ejemplo arrastra. Que se lo digan a Ygor dos Santos, un joven sacerdote brasileño que descubrió su vocación sacerdotal gracias a la fe y piedad de su párroco y de un seminarista. Inspirado por ellos, decidió servir a las almas para la gloria de Dios. Hoy es párroco en una barriada de Río de Janeiro, en Brasil.
En un populoso barrio de la gran urbe de Río de Janeiro, cuya archidiócesis alberga a casi siete millones de personas, de las que algo más de la mitad son católicas, desempeña su labor el joven sacerdote Ygor dos Santos. Sin haber llegado todavía a la treintena, ya es párroco de Nuestra Señora de Fátima y de san Juan de Dios en la barriada de Realengo, donde pastorea un gran rebaño de almas que viven en una sociedad en la que la Iglesia va perdiendo fieles por la secularización y al avance de grupos protestantes.
Ygor dos Santos confiesa que en su cabeza no estaba el ser sacerdote. Pensaba en ser abogado o incluso informático, pues mientras estudiaba puso en marcha una pequeña oficina de mantenimiento de ordenadores. De hecho, su familia de Brasil no era nada religiosa. Tanto que él ni siquiera fue bautizado tras nacer. «Con más o menos cinco años empecé a participar junto a mi madre en una iglesia protestante que había cerca de casa, pero no permanecimos mucho tiempo allí», explica este sacerdote.
Poco después, su madre conoció la capilla de Nuestra Señora de la Gloria y de san Pedro. Fue en este lugar –relata– «donde empecé a recibir catequesis para niños y también para prepararme para el bautismo. Cada vez participaba en estas actividades de formación con más entusiasmo».
Pronto, el pequeño Ygor se unió al grupo de monaguillos, y tras hacer su Primera Comunión comenzó también a participar en otras iniciativas pastorales de la parroquia, especialmente en un grupo de devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Mientras se iba acercando cada vez más a Dios, su madre le fue apoyando en cada paso. Y recuerda una frase que le dijo: «Hijo, sea cual sea la voluntad de Dios, si te hace feliz, yo te apoyaré y estaré junto a ti». Estas palabras, confiesa él, «calentaron mi corazón y me dejaron más tranquilo cuando tuve que dar pasos más concretos en mi vida de fe, pues además yo soy hijo único».
Cada día que pasaba se envolvía más y más de las cosas de Dios. De hecho, Ygor considera que su llamada al sacerdocio se produjo durante la catequesis gracias a un seminarista que apoyaba a su parroquia los fines de semana. «Yo le iba observando mientras realizaba sus tareas pastorales, valoraba su dedicación a Dios, su piedad… Hoy también él es sacerdote, pero nunca le he comentado su gran influencia en mi vida cristiana», asegura.
El ejemplo arrastra y esto le ocurrió también con el sacerdote de su parroquia, pues asegura que era bonito de ver cómo servía a Dios con una pasión sorprendente y un celo increíble.
Los años fueron pasando y la idea de ser sacerdote era ya una posibilidad real. «Lo hablaba con mis amigos de la parroquia y también con el párroco. Junto a él pude ir comprendiendo las señales de Dios en mi vida, y las dudas que tenía se fueron resolviendo, dejando así espacio para cumplir la voluntad de Dios en mi vida», agrega.
Finalmente, en 2014 ingresó en el seminario de Río de Janeiro y en 2016 su obispo le envió al Bidasoa International Ecclesiastical College, en Pamplona, gracias a una ayuda de la Fundación CARF, donde estudió el bachillerato en Teología en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra. «La experiencia en Pamplona fue estupenda, excepto por el frío», bromea Ygor, recordando su origen brasileño.
De su estancia en Navarra lo que más destaca fue la gran fraternidad que existía a pesar de que había numerosas personas provenientes de países distintos con culturas y lenguas diferentes. «La unidad y la comunión fueron increíbles, también el gran ambiente familiar que existía, algo muy importante pues todos estábamos lejos de nuestras casas, familias y amigos», indica.
Aunque pueda parecer que Río de Janeiro y Pamplona tienen poco en común, la realidad es que este sacerdote asegura que lo recibido en Bidasoa le ha ayudado enormemente en su labor pastoral en esta gran ciudad de Brasil, especialmente la experiencia de oración que el seminario propone a los seminaristas.
A su juicio, «tener un horario y una cierta rutina de oración es importante en la vida parroquial, pues no pocas veces nos encontramos metidos en numerosas tareas pastorales. Y con esta rutina, el pueblo de Dios percibe que su sacerdote es un hombre de oración, que es posible la santidad y también amar a Dios cada día en lo ordinario de sus vidas».
O oração es algo fundamental para él. Por ello, insiste en ella al ser preguntado sobre qué necesita un sacerdote de hoy para afrontar los retos y peligros a los que se enfrenta. «Es fundamental la cercanía con Dios por medio de la oración. Sin oración no conseguiremos seguir adelante, es la que nos mantiene en píe», señala con rotundidad.
Pero además añade otro elemento importante: «Tenemos que tener sacerdotes amigos con los que poder compartir las alegrías y también las dificultades de la vida sacerdotal». Don Ygor dos Santos advierte de que «no podemos creernos superhombres y querer enfrentarnos a todas las cosas solos. ¡No lo lograremos! Sólo un sacerdote comprende a otro sacerdote», nos dice.
Por último, el padre Ygor tiene un especial recuerdo para los benefactores de la Fundación CARF. «Querría agradecerles todo lo que han contribuido para mi formação sacerdotal y por todo el bien que han hecho en mi vida y, a través de mí, a la archidiócesis de Río de Janeiro en un gran país como Brasil. Dios les bendiga siempre por su amor por las vocaciones y la formación sacerdotal», concluye.