Durante su estancia en España, este sacerdote atendió a la comunidad de filipinos que reside en Barcelona. Estudió en Pamplona gracias a las ayudas al estudio que financia la Fundación CARF. Cuando analiza su trayectoria cree que el gran reto de los sacerdotes es recibir una formación continua y doctrinalmente buena que les permita dar respuesta a los grandes interrogantes del hombre de hoy.
Don Anthony Laureta podría haber sido ingeniero, aunque en realidad ahora también proyecta y construye, pero ayudando a Dios como sacerdote en su obra con la humanidad. «Tal vez podría haber sido un buen ingeniero en Filipinas, ya que mi padre veía potencial en mí, pero Dios también tiene su propio plan para ser lo que Él quiere que sea», nos cuenta.
La realidad es que la fe ha sido un elemento que siempre ha estado presente en su hogar en Filipinas, tanto que sus padres no tuvieron reparos en apoyarle en su decisión de querer ser sacerdote, sacrificando lo que –en su opinión– hubiera sido una buena trayectoria profesional.
"La profunda fe, esperanza y amor de mi familia ha contribuido mucho a mi vocación; desde nuestros abuelos que solían llevarnos a la iglesia todos los domingos, rezando el Rosario todos los días antes de dormir, hasta la observancia de todas las devociones católicas tradicionales, especialmente durante las épocas de Navidad y Semana Santa», relata don Anthony.
Su historia es un camino de confiar en Dios incluso en las situaciones más complicadas, precisamente cuando muchos, en vez de abrazarse a la fe, se alejan de ella. De este modo, recuerda «fue la esperanza en la providencia la que fue moldeando en mí la cualidad de poder estar atento a las necesidades de los demás, particularmente cuando nuestra ciudad de Imus había sido devastada por tifones y catástrofes naturales». Es más, recuerda que fueron las oraciones de su madre las que despertaron en su corazón y en su mente el poder confiar en Dios en medio de la impotencia y la vulnerabilidad.
No es raro que al crecer en este ambiente tan religioso se despertara en el pequeño Anthony esta llamada de ser sacerdote. Su hogar estaba muy cerca del seminario diocesano y de la catedral por lo que muchas actividades del barrio estaban vinculadas a las devociones y tradiciones católicas. «Este tipo de ambiente ayudó a despertar desde mi niñez mi conciencia de querer ser sacerdote», agrega. Ese pensamiento que despertó en él de niño le acompañó durante la adolescencia en Filipinas.
Anthony cuenta que los hermanos Somascos le acompañaron en su discernimiento hasta que ingresó en la congregación, pero en un nuevo camino de discernimiento finalmente vio clara su llamada a ser sacerdote diocesano, concretamente en su diócesis natal, en Imus.
Este sacerdote de Filipinas, una vez ya ordenado, fue enviado por su obispo a la Università di Navarra, en Pamplona. Allí estuvo entre 2018 y 2020 estudiando la licenciatura en Teología Moral y Espiritual.
«Mi estancia en la comunidad de sacerdotes en Zizur Mayor, Barañáin y en la Universidad de Navarra fue muy fructífera y significativa en mi vida sacerdotal. La experiencia que viví con sacerdotes de diferentes nacionalidades, con los laicos y sacerdotes, así como con nuestros profesores, directores espirituales, confesores, mentores y amigos, contribuyó mucho a renovar y reformar mi perspectiva sobre la vida y la misión sacerdotal», confiesa Anthony.
Su experiencia en Pamplona –reitera– profundizó y amplió su comprensión de la realidad global de la Iglesia. «Realmente me ayudó mucho mi experiencia de vida comunitaria con sacerdotes. Veníamos de diferentes partes del mundo, pero vivíamos como una sola comunidad. De hecho, es una experiencia de lo hermosa que es la Iglesia. La unidad en medio de la diversidad puede ser real y verdadera, y esto renovó mi vida espiritual, pastoral y misionera como sacerdote», añade.
Además, considera que este tiempo fue crucial para crecer espiritualmente y disfrutar de la importancia de la formación continua de los sacerdotes. En este mundo en continuo cambio, sus estudios en Pamplona le sirvieron para entender mejor los diversos desafíos a los que se enfrenta cada día en su labor pastoral.
Sin embargo, lo que más le llamó la atención de su estancia formativa en España fue el cuidado por los sacerdotes que experimentó en Navarra. «Fue una experiencia de ‘volver a casa’, como a los primeros años de formación en el seminario, donde te enseñan, guían, acompañan y sacan lo mejor de ti. Pero, esta vez, era un entorno diferente pues todos mis compañeros eran ya sacerdotes. Fue un espacio de despertar y profundizar más sobre lo que es la vida sacerdotal y cómo ser verdaderamente un sacerdote», señala.
Desde que fuera ordenado en 1996, casi la mitad de su ministerio sacerdotal ha estado centrado en la formación de los seminaristas de su diócesis, tanto en su etapa propedéutica como en la enseñanza de Teología, gracias a los estudios que realizó en Pamplona con el apoyo de la Fundación CARF. Según resalta, es una labor muy gratificante pues ha acompañado a numerosos jóvenes que ahora son miembros del presbiterio que se desempeñan muy bien en sus respectivos ministerios en la diócesis.
Pero en su trayectoria tuvo otra interesante aventura española. Durante cinco años, entre 2013 y 2018, justo antes de llegar a Pamplona, atendió pastoralmente a los inmigrantes filipinos residentes en Barcelona. Sobre aquella experiencia recuerda: «Caminar con los migrantes es realmente como una ‘peregrinación’. No sólo caminé con ellos, sino que también fui tocado por la forma en la que caminaron conmigo, en toda circunstancias y momentos, ya fuera de alegría, dolor, soledad, risas… También vi cómo el amor se desplegaba en sus vidas mientras trabajaban muy duro por sus familias».
Preguntado sobre los retos de los sacerdotes de hoy, Anthony lo tiene claro y habla principalmente de la urgencia de la formación continua de los sacerdotes. «El ministerio sacerdotal en nuestra época requiere mucho coraje, una gracia que debemos recibir y abrazar, como lo tuvieron los apóstoles en su trabajo misionero; por lo tanto, tener la oportunidad de tomar tiempo para el estudio y la formación continua es, de hecho, una gracia», explica.
Por ello, considera que la Fundación CARF responde claramente a este gran reto de la Iglesia al hacer este esfuerzo concreto que es tan beneficioso para la formación integral de los sacerdotes. Y es por eso que tiene un recuerdo especial para los benefactores de la fundación, a los que asegura estar verdaderamente agradecido por sus sacrificios por la Iglesia al ayudarla a enviar sacerdotes de todo el mundo para continuar sus estudios en Pamplona y en Roma.
«Su participación en la formación de sacerdotes buenos, preparados y santos es verdaderamente un regalo para la Iglesia. ¡Ustedes son una bendición para la Iglesia! Rezo para que su apostolado y ministerio sigan siendo bendecidos, y que el Buen Señor envíe más buenos y fieles siervos para abrazar la visión y misión de la Fundación CARF», concluye.